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Por años tuvo una vida austera de emociones y, sobre todo, de afectividades carnales. Sus amistades eran abogados, bien a la tela, algo que le aseguraba encontrar aventuras conformistas en los pasadizos del Palacio de Justicia. Pero él quería más.
Salió un trabajo de abogado en provincia, específicamente en Tarapoto, un pueblo macondiano, ubicado en la selva peruana. Era la oportunidad de Juanito Pérez X para dejar de ser un X y también un Juanito Pérez. Sus padres se negaron rotundamente al viaje aventurero por el miedo que en la selva las mujeres lo van a devorar, legitimando en el imaginario social el mito de las charapas ardientes. Luego de escuhar el mito de la selva, el joven abogado estaba más animado. Se fue llevando una caja de condones porque estaba especializado en derecho civil y no quería tener problemas de hijos negados: más Junitos Pérez X, Y, Z. Estaba preparado para todo bajo la consigna ¡hembra o muerte, venceremos!
Luego de cuatro meses de ardiente trabajo de campo en los bares selváticos regresó a Lima. Sus amigas lo notaron algo cambiado. Ya no era el mismo Juanito Pérez X. Le preguntaban sobre el trabajo y él contaba sus aventuras de la selva. Era el nuevo rey. A veces llegaba a grados extremistas de imaginación, haciendo legítimo el mito de las mujeres que se entregan naturalmente a los placeres mundanos del cuerpo. El amigo de las leyes aprendió todos los oficios del erotismo y conoció todo tipo de mujeres, incluyendo a proxenetas, a todo tipo de precios. Era todo un tigre.
En un bar limeño conocido como la "linterna verde" Juanito Pérez X contó a su santa y colega amiga que había encontrado la nueva Ruta de la Corbata. Resulta que la semana pasada en un tono en Miraflores se había encontrado con su mejor amiga, quien estaba acompañada por su pareja. La fiesta estuvo buena y había bastante trago. Hubo un momento que la pareja de la amiga se quedó dormido, no por amor sino por el tekila. En cambio el amigo de la selva estaba en su jarana por el bombardeo de cumbia tropical que le hacía recordar sus épocas de gloria, al estilo México 70, en los puti-club de Tarapoto. La iniciativa fue del loco triple X quien saco a la amiga a bailar. Mientras estaban bien apretaditos, ella pensaba “¿pero si es mi mejor amigo?”, en cambio él pensaba otras cosas que luego sucedieron.
De regreso se fueron en taxi con el tekila que había sobrado, mientras que la pareja seguía jato en el tono. En el carro el taxista había cambiado de espejo retrovisor, uno más grande, para ganarse del espectáculo amatorio. Tanto así que el conductor tuvo que bajar la velocidad del auto para ver esos detalles que desconcentran a cualquiera. Y llegó el momento de romper la tradición familiar. Entonces le dijo a la amiga cariñosa “ahora tienes que ir por la Ruta de la Corbata”, pero ella contesto “yo también soy abogada”. “Esa ruta no, sino la ruta que señala el camino de los justos y necesarios en dirección hacia abajo". La loca entendió el mensaje sin ayuda de su código penal de pecados Católicos. El taxista les puede contar lo que pasó. Finalmente ellos viajaron gratis por cortesía de la casa, lo motivos son más que obvios. Provecho.
La santa y colega amiga, luego de escuchar la historia, se quedó estupefacta y horrorizada. Nunca lo había escuchado en los pasadizos del Palacio de Justicia donde se escucha de todo y abundan las corbatas. La verdad es que no lo podía creer. Se pidió otras cervezas para procesar la metamorfosis de su amigo. Luego se arrepintió porque no quería seguir por esa Ruta de la Corbata. No quería pecar.
Salió un trabajo de abogado en provincia, específicamente en Tarapoto, un pueblo macondiano, ubicado en la selva peruana. Era la oportunidad de Juanito Pérez X para dejar de ser un X y también un Juanito Pérez. Sus padres se negaron rotundamente al viaje aventurero por el miedo que en la selva las mujeres lo van a devorar, legitimando en el imaginario social el mito de las charapas ardientes. Luego de escuhar el mito de la selva, el joven abogado estaba más animado. Se fue llevando una caja de condones porque estaba especializado en derecho civil y no quería tener problemas de hijos negados: más Junitos Pérez X, Y, Z. Estaba preparado para todo bajo la consigna ¡hembra o muerte, venceremos!
Luego de cuatro meses de ardiente trabajo de campo en los bares selváticos regresó a Lima. Sus amigas lo notaron algo cambiado. Ya no era el mismo Juanito Pérez X. Le preguntaban sobre el trabajo y él contaba sus aventuras de la selva. Era el nuevo rey. A veces llegaba a grados extremistas de imaginación, haciendo legítimo el mito de las mujeres que se entregan naturalmente a los placeres mundanos del cuerpo. El amigo de las leyes aprendió todos los oficios del erotismo y conoció todo tipo de mujeres, incluyendo a proxenetas, a todo tipo de precios. Era todo un tigre.
En un bar limeño conocido como la "linterna verde" Juanito Pérez X contó a su santa y colega amiga que había encontrado la nueva Ruta de la Corbata. Resulta que la semana pasada en un tono en Miraflores se había encontrado con su mejor amiga, quien estaba acompañada por su pareja. La fiesta estuvo buena y había bastante trago. Hubo un momento que la pareja de la amiga se quedó dormido, no por amor sino por el tekila. En cambio el amigo de la selva estaba en su jarana por el bombardeo de cumbia tropical que le hacía recordar sus épocas de gloria, al estilo México 70, en los puti-club de Tarapoto. La iniciativa fue del loco triple X quien saco a la amiga a bailar. Mientras estaban bien apretaditos, ella pensaba “¿pero si es mi mejor amigo?”, en cambio él pensaba otras cosas que luego sucedieron.
De regreso se fueron en taxi con el tekila que había sobrado, mientras que la pareja seguía jato en el tono. En el carro el taxista había cambiado de espejo retrovisor, uno más grande, para ganarse del espectáculo amatorio. Tanto así que el conductor tuvo que bajar la velocidad del auto para ver esos detalles que desconcentran a cualquiera. Y llegó el momento de romper la tradición familiar. Entonces le dijo a la amiga cariñosa “ahora tienes que ir por la Ruta de la Corbata”, pero ella contesto “yo también soy abogada”. “Esa ruta no, sino la ruta que señala el camino de los justos y necesarios en dirección hacia abajo". La loca entendió el mensaje sin ayuda de su código penal de pecados Católicos. El taxista les puede contar lo que pasó. Finalmente ellos viajaron gratis por cortesía de la casa, lo motivos son más que obvios. Provecho.
La santa y colega amiga, luego de escuchar la historia, se quedó estupefacta y horrorizada. Nunca lo había escuchado en los pasadizos del Palacio de Justicia donde se escucha de todo y abundan las corbatas. La verdad es que no lo podía creer. Se pidió otras cervezas para procesar la metamorfosis de su amigo. Luego se arrepintió porque no quería seguir por esa Ruta de la Corbata. No quería pecar.
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Pero era sábado, ella estaba algo picada y la noche recién comenzaba. Entonces la amiga encontró el lado animado de la historia y se volvió a arrepentir pidiendo más trago para dar temple al alma con el objetivo de comprobar sí lo contado era cierto. Empezaba el camino para la segunda víctima limeña nada santa, quien recurrió a la vieja y sutil estrategia de invitarlo a conocer su nuevo departamento y luego su cama. Pero él dijo que antes debía hacer una llamada, se fueron a la esquina, foneó y se escuchó: “Bueno mami, iré a la casa para ver el partido de voley y darle ánimos a las chicas para clasificar al mundial”. Le dio la noticia a su amiga que no podría conocer su minidepa hasta nuevo aviso. Ella molesta le sacó en cara sobre la veracidad de la nueva Ruta de la Corbata, pero él respondió muy educadamente que por favor se buscara otra corbata porque a su madre no la cambia por nadie.
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